Kenia Martín Padilla
ERA UN JUEGO
solamente… de trivial proyecto.
Tú y yo,
en tropel de manzanas, serpientes y cuerpos
accedimos a jugarlo.
Te expliqué las reglas
de mi anhelo
y lanzaste los dados: primer intento.
Tu ahínco fecundó mi risa.
Tus ansias, desdén frenético,
colisión del fuego zodiacal.
Y tu prisa
mi triunfo.
En la locura de manzanas, serpientes y cuerpos,
creíste que podías desplegar
una absurda pluma de águila,
tu triste jugada magistral.
Pero –de nuevo- mi risa
pudrió tu trébol de cuatro hojas, y no
supiste jugar tus cartas. No,
no entendiste la complejidad del juego,
y yo, efectivamente, no soy libélula,
ni naipe ni amapola. Peso.
Era un juego, ¿aún lo dudas?
¡Era un juego! ¡Era un juego! ¡Era un juego!
Solamente… y aun me río
en la podredumbre de tu trébol.
QUISIERA ARROJARTE DE MI VIDA,
verterte en papel,
volverte inmortal y rojo
-un ocaso de abanicos-
para olvidarte eternamente
y renacer con los tulipanes.
Pero este enero no termina nunca,
ni su dolor de pétreas madrugadas.
WILLKOMMEN, BIENVENUE, WELCOME…
Tendida, desnuda,
sobre una veintena
de sombreros de copa de otra época,
con cuatro lentejuelas
y dos plumas por atrezzo. Y una estrella,
tatuada en la mejilla izquierda.
Se abre el telón. Y las cuerdas
cosidas a mi piel, se tensan.
El mundo me observó desautomática.
Y sonó la orquesta.
(Con la lluvia de sonrisas y aplausos
me convierto en muñeca)
- Mírenme todos, ¡Soy yo!
… Títere con cabeza.
HOY ME HAN CRUCIFICADO A LA VENTANA
para ver pasar el mundo.
Y de nuevo,
esta tormenta de hierro por dentro,
esta lluvia de tijeras,
y el sol afuera
hiriendo el cristal a mordiscos.
Este querer y no poder de siempre,
este dolor vuelto madera y clavo
atravesándome de agujas
es mi cruz,
mi llanto de acero,
mi larga espera,
y el mundo que pasa ante mis ojos
y el sol, afuera.
SIGO esperando el día
en que pueda vomitarte de mi pecho,
volverte susurro o grito,
verterte por las alcantarillas
y verte gotear como un llanto ácido
atravesándote de acero.
Sí, quiero matarte, lo confieso.
Aún no he decidido cuándo
pero tengo boca de asesina
y palabras como cuchillos
afilados para hacerlo.
Y lo haré, que no te quepa duda,
el día en que la clepsidra
derrame el invierno.
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