Sergio Barreto
VEO VENIR a una persona.
Se acerca a la casa donde comimos el pan,
lavamos el rostro,
ensuciamos la noche,
pero la casa está vacía,
como un cuenco está vacía,
vacía como un cráneo,
como la boca de un muerto que ya nada dice
porque nada sabe y nada
volverá a decir,
vacía.
Veo venir a una persona.
Sospecho su llegada.
Desconozco su nombre.
Quizás, por su caminar de hueso gastado
y su barba poblada de canas,
se llame Juan,
aunque diría, por el zarpazo verde
que brilla en su mirada,
que es Antonio
y viene de muy lejos.
Por sus cejas de ser profundo
y sus manos rojas de cansancio,
tal vez sea Diego el que se acerca,
o Héctor
o Javier incluso.
Claudio resulta convincente
para ese que viene y me entrega,
de lejos, su figura.
Francisco porque es alto
puede ser el que aparece
rozando los umbrales.
Porque veo venir a una persona
que es todas y la misma
y yo también dentro de ella,
plegado y replegado en filamentos,
huesos, tendones y sapiencias,
y la veo venir a esta casa hueca,
a este templo absurdo
donde falta de todo,
donde nunca
está la mesa como debe
ni limpio el anfitrión
ni calmada la noche porque hay gritos
y un perro que ladra y nos condena,
al insomnio nos condena,
a ser siempre en vigilia lo que somos
nos condena.
Veo venir a una persona.
Quiero que pase de largo.
COMO EL loco que oculta su misterio en el hatillo
me miran demasiado,
como el que se aparece en las cartas
aullando contra el cielo, profetizando
la catástrofe
me miran demasiado.
Como el que lucha con perros por las calles
y sangra por las calles y sube a las tapias
y grita por las calles
me miran demasiado,
me miran demasiado los extraños
y nada me confiesa el espejo que hay en la barraca
cuando escupo a la tierra y soy espuma
y pregunto al señor del mercurio
quién eres,
qué haces aquí en la barraca del monstruo,
mujer de rala barba, charlatán, hechicero,
por qué me miran los extraños,
por qué no sé por qué me miran los extraños
desde todos los ángulos del mundo.
Como el que nació con manchas
de tabaco entre los dientes,
deforme y diminuto
me deslizo entre vosotros,
aterrador como un espanto, aberrante
como una guillotina,
gusano de seda en el tazón,
me deslizo y deslizo y penetro,
voy penetrando en el asfalto,
ocultándome hasta ser visto
por la niña caprichosa que besó una vez mi rostro
y ahora persigue mi locura.
Como muñeco de paja que se alza
sobre un campo de heliotropos resecos
o sexo de caballo recién mutilado,
caliente y silencioso en mitad de la acera
me miran los extraños,
me señalan con un palo:
¡CRIATURA de circo!
¡Haz uno de tus trucos!
Y yo con mi boca de hombre
no sé qué responder
y vuelvo a deslizarme
y me deslizo entre vosotros,
derramo mi baba y mi semen
y me oculto detrás del asfalto,
por debajo,
donde crujen caimanes y pululan, gordas,
las ratas,
hasta que me desvela, otra vez,
la que no me deja descansar,
la niña que una y otra vez no me deja descansar,
la niña gorda que duerme en la jaula del mono,
la niña gorda que duerme en la jaula del mono
y se despierta
y toma el palo, siempre, de madrugada.
Porque soy al que miran mucho
la niña me juzga,
porque soy el que nunca
pasará inadvertido, el insecto de nácar,
animal atrapado en el templo solar,
la niña me juzga y me condena,
con el palo de todos
ante vuestros ojos espléndidos
me juzga y me condena, imperturbable.
QUÉ HACER cuando los astros te consumen la mirada
y el cielo es demasiado para un hombre.
Qué hacer
cuando sólo eres droga fluyente, aguja
socavando la vena, impuro maná.
Qué hacer si la espiral no se detiene
y sangran las esferas y envejeces
y ante la noche acatas la locura.
Qué hacer, dime,
si el infinito es el refugio
al que siempre retorna el consumado.
CANTO DEL HERMAFRODITA
Soy Mercurio, soy Rebis, el Andrógino.
En mi sexo cohabitan dos mitades;
la esférica belleza de los glandes
y el silencio profundo de las vulvas.
Por el cuerpo febril de los Adrianos
me dejo penetrar hasta el orgasmo
y en la carne vibrante de las putas
hundo mi verga, encinta de tabúes.
Soy la perra y el perro en igualdad,
la serpiente enroscada en torno al báculo,
aquello que repruebas y deseas.
Entre mis piernas late lo innombrado,
lo que a tus ojos resulta deforme,
dos fuerzas compactadas en alquimia.
LA INCENDIADA luz de las dehesas
barrió, antes del amanecer, los cielos.
Yo vine al mundo en ese momento
en el que se bañan de amarillo los metales,
los graneros arden como gallinas majestuosas
y la ventisca huele a hoguera.
Alguien dijo es demasiado tarde
para nacer, ese niño
no podrá llegar muy lejos,
pero cada vez que subo a un árbol
y calibro la magnitud de un incendio
o lloro ante la llama de una vela,
siento algo similar a la nostalgia.
Vine, sí, en ese momento
en el que la violencia
descompuso el aire en mil aullidos.
Luego todo ocurrió demasiado pronto,
mi hermano dentro de la urna,
el padre que mira al infinito
y las dehesas creciendo, año tras año,
hasta borrar por completo
el rastro de mi origen, la calcinada huella
de la infamia, el día
del incendio.
PARA QUE se apague y extinga
en el interior de aquellos
que guardan mi estirpe
la magnética flor
de los custodios;
para que nadie
atienda mi ruego
y no exista padre ni cuídate ni ven;
para que así sea,
para que por siempre así sea
y permanezcáis inmóviles
en la mesa,
en el hueco,
en el vientre,
ignorando que estoy sentado y me alimento
y sueño con alambres, artefactos, cementerios;
para que me veáis solo, en mitad
de la niebla, fumando
la concavidad del aire, solo
por los siglos de los siglos;
para que así sea,
para que por los siglos de los siglos así sea
yo, guardianes profundos, ángeles tal vez,
os maldigo,
maldigo vuestras manos protectoras, vuestra morada abierta,
vuestro pez labrado en dintel de piedra,
roca negra,
templo oscuro.
Maldigo a la madre que sufre
porque no llegan esos pródigos al fuero,
a la ninfa que cuida del enfermo,
al hombre que guarda su rebaño.
Para que se apague y extinga
la magnética flor
que guía a los arcanos;
para que no vuelva
a tatuar su brillo en la mirada
de la perra protectora, yo,
ángeles falaces, custodios míos,
os maldigo, por los siglos de los siglos
os maldigo.
CADA NOCHE, como lección de humildad, buscarás estrellas,
memorizarás constelaciones, aprenderás mitología.
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Mario Domínguez Parra (martes, 02 febrero 2016 12:30)
Extraordinarios poemas. Me alegra que los hayáis publicado, ya no se podían leer en el formato en que los publicó hace unos meses. Por lo menos yo no pude acceder a ellos.
C. G. F. (martes, 02 febrero 2016 17:02)
Brillante.
Carmela Linares (martes, 09 febrero 2016 13:53)
Todos éstos poemas me parecen sublimes. Me sobrecogen el alma y el intelecto. Fascinantes